En el momento en el que me besaste por primera vez aquel día, al lado del mar con esa duzura apasionante, supe que quería que fueras tú y no otro el que lo hiciera cada día. Quise que fueran tus labios los que se arquearan en una sonrisa dedicada sólo a mí, los que se abrieran para decirme "te quiero", los que me dedicaran besos y mimos cada día de mi vida.
Nos lanzamos al mar, el mismo que nos vio besarnos, cogidos de la mano. Todo resquicio de cordura se marchó en una ola y nos miramos a los ojos. No sería fácil. En unas horas, 900 kilómetros nos separarían irremediablemente. Nuestras vidas, unidas por un fino vínculo, por un sentimiento que había comenzado a nacer, pertenecían de alguna manera al otro. ¿Y ahora qué? El futuro nos sedujo con una sóla palabra: amor. Y el pasado, el presente, los sentimientos, se conjugaron hasta llevarnos a compartir una vida donde los aeropuertos, las estaciones de servicio, las maletas y las lágrimas de despedida son una constante. Pero siempre merece la pena quedarse con la primera sonrisa que te recibe en la terminal, el primer beso después de horas interminables soñando con tus labios.
A veces, cuando se me olvidan estas cosas, dejo que me canten al oído ellos, quienes ponen la banda sonora a una vida que sólo tiene sentido si estás en ella.
Marwan y Luís Ramiro. Dos canciones que me secan las lágrimas.