-¿Sabes cuando te sientes la princesa del cuento? - preguntó ella mirando al infinito.
Él asintió, saboreando los últimos tragos de su copa de vino tinto.
-Yo era la princesa del cuento más bonito jamás escrito.
-¿Y qué pasó?
- Dejé de sentirme princesa. Él me quitó la corona y dejé de ser todo para él. Pensar que el amor es incondicional es como pensar que el mar es infinito. Todo en esta vida tiene fin.
domingo, 9 de septiembre de 2012
lunes, 13 de junio de 2011
Son sueños que nunca se cumplen...
Tengo que asumir que nunca vendrás a por mí armado de flores, que no llenarás la casa de velas ni me traerás el desayuno a la cama si no te lo pido. Dejaré de esperar esa petición de matrimonio de ensueño y me conformaré con soñar que quizás, un día, al menos, pueda escoger mi vestido de novia. Dejaré de mirar el móvil con ilusión, no me molestaré por crear fantasías tontas que me hacen sentir idiota y voy a dejar de idear planes para dos que nunca nos hacen la misma ilusión. Voy a dejar de cuidar, porque me apetece que me cuiden. Voy a dejar de sorprender porque estoy harta de perderme en ilusiones.
Voy a dejar de soñar, porque cuando los sueños se rompen, duelen.
sábado, 26 de marzo de 2011
Una foto en blanco y negro
Es raro, pero hace un momento una imagen, un nombre, ha saltado a mi cabeza. Creo que más bien ha sido por la foto de un lugar que me ha hecho evocar otra época, otra historia totalmente distinta a la mía. Sí, era yo la que vivió aquello, la que se metió de lleno en una historia que la vida iba escribiendo para mí. Lo viví, o al menos eso creo. Quizá, tal y como dice Ruíz Zafón en Marina "siempre recordamos lo que nunca sucedió" y aquello puede que fuera algo que me inventé, que construí para que al mirar atrás la vida no me pareciera vacía.
Sea como sea, al ver aquel lugar he sentido una sensación extraña. Lejanía, tal vez. Lejanía, seguro. Se me ha antojado extraño, friamente conocido, como si hubiera sido fruto de mi imaginación y aquella foto, aquella foto tan sólo hubiera sido un boceto de lo que un día soñé. Todo se ha desvanecido. Las sensaciones, los sentimientos, los recuerdos, ya no tienen la propiedad de herirme, ni de emocionarme. Todo es una película en blanco y negro, con secuencias de fotogramas que se suceden evocándome a un tiempo de cambios y decubrimientos, de dolor y sueños. El pasado hoy es más pasado que nunca. El presente hoy se superpone con fuerza a la estela de un tiempo que sonríe con la ternura de la adolescencia desbocada. El futuro es una promesa posada sobre los labios de un destino que sonríe con la luz y fuerza de un corazón que late al compás del mío. Los sueños y promesas caminan al lado de un nombre que, extrañamente, me ha hecho comenzar una historia en color, alejada de los tintes grises de un pasado difuso. Fotos en color en las que sí que aparezco yo.
sábado, 12 de febrero de 2011
Dame unas horas de tu amor...
Pasaron semanas antes de que él reaccionara. Estaba perdido, desconcertado, temeroso, como un lobo aullando a una luna desaparecida. Estaba ahí, sentado de nuevo en el mismo sofá que semanas antes ocupara ella, quien volvió de manera improvisada, atropellada y quien se fue sin hacer ruido. A ratos reía si recordaba la manera en que se revolvía en la cama invéntadose mil excusas para quedarse cinco minutos más. Y él se unía a ella, la abrazaba por detrás de manera que ambos encajaban perfectamente y se convertían en uno. A ratos lloraba si recordaba la manera que tenía de sonreír, si recordaba los millones de sensaciones que experimentaba mientras hacían el amor, mientras se acariciaban distraídos sin excusa alguna. Reía, lloraba, hundía su cara en la almohada que compartieron siglos antes y aspiraba su olor, lo que quedaba de él. Cruel rutina que una y otra vez se sobreponía feroz a la promesa de un nuevo día.
-¿Sabes? No me despedí de ti porque no me atreví.- Fue la única excusa que ella le dio la primera vez que hizo las maletas y se marchó. - Podía haberte dicho que ya no te quería, que me había enamorado de otro, que quería un tiempo para estar sola o que quería correr el mundo sin equipaje, pero sabía que destaparías una a una mis mentiras. O tal vez puede que simplemente no soportara la idea de verte llorar. No sé por qué vuelvo, no sé si esta vez tendré el valor de despedirme, pero si me permites, si todavía no me odias lo suficiente, querría hacer algo que llevo soñando desde que me fui...
Él tenía un nudo en la garganta. Se había jurado odiarla, había puesto en ello todas las fuerzas que no gastó buscándola, pero le era imposible. Era imposible odiar a un ángel.
-No.. no sé qué decirte.
-Déjame hace esto, por favor...
Y acercándose a él despacio, de manera ceremoniosa, le besó. Fue un beso lento y tierno, repleto de explicaciones a media voz, de disculpas heridas y de dolor, de mucho dolor.
-¿Por qué? - preguntó él minutos después los puntos suspensivos de aquel beso.
Ella se acomodó en su pecho y le rodeó la cintura con el brazo.
-Solía decir que a tu lado, así, el mundo dejaba de existir, que me sentía tan protegida que nada ni nadie podría hacerme daño, ¿recuerdas? Necesito volver a sentirme así.
-¿Te crees que tienes derecho a todo esto después de meses desaparecida?- Él no gritó, no se alteró. Su tono de voz era pausado y su lenguaje corporal trataba de no ser tosco. A pesar de todo él no quería que ella se moviera.
Ella alargó el brazo y cogió de manera ágil su bolso. Sacó un cigarrillo que encendió sin ceremonias.
-¡Carol!- exclamó.
-Todo está perdido.- contestó ella.
Y entonces él lo supo. No hizo falta más, no hubieron más explicaciones ni más reproches. Él la miró a los ojos y comprendió todo cuanto necesitaba saber. Ella estaba más delgada, más ojeriza y frágil, pero no había reparado en ello antes. La besó con miedo a que se quebrara, la acomodó entre sus brazos y se sintió en paz consigo mismo, con ella. Con la vida.
Y se marchó de nuevo. Una media sonrisa, un último suspiro y un beso posado en el quicio del dolor de las despedidas mudas. Sí, Carol se había marchado, aunque su cuerpo seguía allí. Carol había volado lejos, se había materializado en la estrella que siempre fue y cada noche la miraba imaginando escuchar al otro lado de la puerta el sonido de los tacones repicando con prisa.
jueves, 20 de enero de 2011
¡Crece la familia!
¡Hola!
Sé que llevo mucho tiempo sin actualizar. Ando demasiado ocupada estos días: viaje a Galicia, preparativos, regalitos, fiestas... y ahora exámenes. Pero no me olvido de vosotros, mis pequeños soñadores. Me falta tiempo o inspiración, no lo sé. Cuando no tengo tiempo es cuando más ideas tengo, pero luego me pongo frente al ordenador y no sé sobre qué escribiros. Pero sé que me sabréis perdonar por teneros un poco abandonados.
De todas formas inicio un blog nuevo. Es algo distinto a este, se trata de uno más centrado a otra de mis pasiones: las manualidades. Asi puedo separar estos escritos serios con un blog donde poder intercambiar ideas. Así que os animo a pasaros si queréis.
De todas maneras, os prometo que no os abandonaré :)
Besitos!
jueves, 4 de noviembre de 2010
Dame una noche de tu vida...
Apenas un instante. La respiración entrecortada se escuchaba al otro lado del teléfono, ronca, agitada, casi como un jadeo herido de muerte. Una declaración de intenciones, una secuencia de palabras que la habían puesto en jaque y un ruido repetitivo e incesante de los tacones repicando en una acera vacía. Todo se sucedía a la misma vez, en un momento preciso que tenía la seguridad de que jamás se repetiría.
Fugaz, así describía al tiempo. Fugaz porque se marchaba y no volvía, porque no podía tocarlo, tenerlo entre sus manos. Fugaz como aquellas estrellas a las que pedía deseos que nunca se cumplían. Y de manera fugaz pasó por aquella calle maldita, plagada de fantasmas y sueños perdidos, plagada de corazones que palpitaban, sentían, caminaban, ajenos a ella. ¿Hacía dónde conduce la locura?, se preguntó con una sonrisilla amarga. ¿Hacía dónde te llevan los errores?, continuaba filosofando. Y dejó las respuestas en el aire, flotando con la tranquilidad de un velero surcando el mar una tarde de verano.
Estaba cerca, pero ¿de qué? Encendió un cigarrillo que se le antojó casi tan necesario como el respirar. Ya no lloraba, ya no gimoteaba, pero la ansiedad que ardía en su pecho la hacía fumar a una velocidad alarmante, atropellando las viejas colillas con un nuevo cigarro. Pero nada la calmaba. Nada hasta que notó ligeras gotas de lluvia cayendo sobre su abrigo de paño negro abotonado al cuello. El pelo empapado, el maquillaje desordenado y los tacones tambaleándose peligrosamente sobre el suelo resbaladizo la hicieron sentirse llena de vida. Corrió sin miedo a caer, notando como su bolso golpeaba su cadera al ritmo de las zancadas. La locura se había apoderado de ella, la delataba el brillo de sus ojos, pero por primera vez sonreía con la determinación de los que no tienen miedo a equivocarse.
Daba la vuelta, se dirigía a aquella calle maldita.
El tiempo en que se sucedieron los pasos cansinos al otro lado de la puerta, la tos adormilada de él y el silencio incómodo que se instaló en aquel edificio, se le antojó una verdadera tortura. Se desangraba su confianza, se desvanecía su seguridad. Una sonrisa atónita y el calor de la casa la cubrió en un abrazo que anhelaba que fuera él quien se lo diera. Estaba empapada, casi ridícula. Él era perfecto aún con su bata desgastada y raída por el tiempo. Una invitación para pasar se demoraba y quedaba suspendida entre el desconcierto. Sus miradas se cruzaban sin que ninguno pudiera adivinar las intenciones del otro.
-Pasa.- dijo por fin él.
La invitó a sentarse junto a la estufa. Parecía desconcertado, sin rastro de turbación en su rostro. Pero no hizo preguntas. Habían llegado a ese acuerdo tácito desde el primer momento en el que él abrió la puerta. Y es que las preguntas, aquellas que se arremolinaban impacientes en el quicio de sus labios podían esperar una ocasión más tranquila, un momento más oportuno en el que no salieran envenenadas por el pasado. Además, ella era así, misteriosa y libre, con una áurea tranquila, casi bohemia. Y él lo había aceptado siempre. Se había enamorado de su carácter alegre y soñador, de sus mundos interiores, de sus tacones vacilantes acercándose a él con las dudas de quien ama sin esperar ser amado. Todo y nada se conjugaban en aquella relación donde las palabras que sobraban eran las necesarias para poner sobre la mesa sus sentimientos. Sentimientos que volaban espectantes por aquella habitación, posándose sobre los miedos, sobreponiéndose a las palabras....
domingo, 17 de octubre de 2010
La distancia no tiene importancia..
En el momento en el que me besaste por primera vez aquel día, al lado del mar con esa duzura apasionante, supe que quería que fueras tú y no otro el que lo hiciera cada día. Quise que fueran tus labios los que se arquearan en una sonrisa dedicada sólo a mí, los que se abrieran para decirme "te quiero", los que me dedicaran besos y mimos cada día de mi vida.
Nos lanzamos al mar, el mismo que nos vio besarnos, cogidos de la mano. Todo resquicio de cordura se marchó en una ola y nos miramos a los ojos. No sería fácil. En unas horas, 900 kilómetros nos separarían irremediablemente. Nuestras vidas, unidas por un fino vínculo, por un sentimiento que había comenzado a nacer, pertenecían de alguna manera al otro. ¿Y ahora qué? El futuro nos sedujo con una sóla palabra: amor. Y el pasado, el presente, los sentimientos, se conjugaron hasta llevarnos a compartir una vida donde los aeropuertos, las estaciones de servicio, las maletas y las lágrimas de despedida son una constante. Pero siempre merece la pena quedarse con la primera sonrisa que te recibe en la terminal, el primer beso después de horas interminables soñando con tus labios.
A veces, cuando se me olvidan estas cosas, dejo que me canten al oído ellos, quienes ponen la banda sonora a una vida que sólo tiene sentido si estás en ella.
Marwan y Luís Ramiro. Dos canciones que me secan las lágrimas.
miércoles, 6 de octubre de 2010
Algo me aleja de ti...
A veces me gustaría presentarme de improviso en tu casa con una bolsa y una sonrisa. Preparar juntos la cena entre besos y risas, que me abraces y juegues con mi cuello y tu lengua mientras frego.
Me gustaría verte esperando en la puerta de la facultad, viendo pasar personas que no soy yo con impaciencia, esperando verme salir y que corra hacia ti. Te daría millones de besos y caminaría cogida a tu mano hasta llegar al fin del mundo.
A veces sueño con que me sorprendas con una rosa o una cena, con que luego nos perdamos por la ciudad y acabemos encontrándonos en la cama, juntos, buscando los senderos que navegan por la piel del otro, sin tener que pensar en aviones que nos devuelvan a una realidad fría, sin lágrimas de despedida.
En ocasiones me gusta pensar que todo esto se tiñe de "normalidad" y que los detalles más insignificantes no se nos antojan un mundo, que salimos a tomar un café, al teatro o decidimos quedarnos en casa, entre las sábanas de una cama que nunca pierde tu olor.
Pero las cosas no son como nos gustan y tú nunca estás. Tu olor se desvanece, tus besos pasan a ser recuerdos y los sueños duelen hasta hacer llorar. La normalidad nunca impera nuestras vidas y los kilómetros atropellan nuestras expectativas. Tiempo, esperar, paciencia, años... se relacionan en frases que nunca creo. Debería dejar de llorar horas eternas en las que sólo saco en claro que me encuentro sobrepasada por esta situación que yo misma elegí y borrar la pregunta que me ronda, hiriendo de muerte la poca confianza que tengo en mí: ¿Y si no es nuestro momento? Lo es. Lo tiene que ser.
Me gustaría verte esperando en la puerta de la facultad, viendo pasar personas que no soy yo con impaciencia, esperando verme salir y que corra hacia ti. Te daría millones de besos y caminaría cogida a tu mano hasta llegar al fin del mundo.
A veces sueño con que me sorprendas con una rosa o una cena, con que luego nos perdamos por la ciudad y acabemos encontrándonos en la cama, juntos, buscando los senderos que navegan por la piel del otro, sin tener que pensar en aviones que nos devuelvan a una realidad fría, sin lágrimas de despedida.
En ocasiones me gusta pensar que todo esto se tiñe de "normalidad" y que los detalles más insignificantes no se nos antojan un mundo, que salimos a tomar un café, al teatro o decidimos quedarnos en casa, entre las sábanas de una cama que nunca pierde tu olor.
Pero las cosas no son como nos gustan y tú nunca estás. Tu olor se desvanece, tus besos pasan a ser recuerdos y los sueños duelen hasta hacer llorar. La normalidad nunca impera nuestras vidas y los kilómetros atropellan nuestras expectativas. Tiempo, esperar, paciencia, años... se relacionan en frases que nunca creo. Debería dejar de llorar horas eternas en las que sólo saco en claro que me encuentro sobrepasada por esta situación que yo misma elegí y borrar la pregunta que me ronda, hiriendo de muerte la poca confianza que tengo en mí: ¿Y si no es nuestro momento? Lo es. Lo tiene que ser.
sábado, 2 de octubre de 2010
Las Rayban no te dejan ver las lágrimas...
Octubre es gris.
Recuerdo con una nítidez dolorosa la sensación de desprotección que me quedó el octubre de dos años atrás. Mecida por una ola de cariño caminé confusa y desorientada durante aquellos largos días. Nada importaba, nada recordaba ya. Todo se había desvanecido la mañana de aquel día, cuando desperté empapada en sudor, llorando sin un motivo aparente. Se había ido, lo supe mucho antes de escucharlo de la boca de otros, de verlo con mis propios ojos. Él ya no estaba allí.
Y llovía. Si no hubiera llovido me hubiera enfadado con el mundo. Sí, más de lo que ya lo estaba. Llovía y me resguardé en un banco de piedra las horas más largas del día más infinito. Daba igual si hacía frío, daba igual si llovia a mares, daba igual si llevaba horas allí, mirando la nada sin hablar con nadie. ¿Qué buscaba? Quizá la respuesta al interrogante de dónde se va aquello que muere. Di millones de besos, noté el calor de aquellos que me abrazaban, me refugié en los latidos de aquellas medias sonrisas que me miraban como si yo no fuera la misma de siempre. Y quizá tenían razón: jamás volví a ser la misma.
Lloré hasta dejarme el alma. Lloré hasta no poder más. Lloré hasta sentir que el mundo se quebraba bajo mis pies, que un agujero se abría para llevarme al abismo. Pero alguien me abrazó en la puerta de aquella iglesia, impidiendo que callese. "Se te oia llorar, desde la otra punta, y a mí se me encogía el corazón", me escribieron después.
Y todo me ha venido hoy a la memoria, con ese color gris que octubre siempre me evoca. Gris, como el cielo cubierto que me dio los buenos días la mañana en la que él, papá, se marchó en silencio, de manera discreta, envuelto en los fantasmas que le atormentaron, con una media sonrisa de felicidad y paz que jamás había visto.
martes, 31 de agosto de 2010
Cartas en el buzón y ninguna es de amor...
"A veces salgo sin paragüas. Las gotas mojan mi pelo, se cuelan por mi espalda provocándome escalofríos, acariciándome el rostro con una ternura fría. Entonces, me gusta recordar cuando tú recorres mi columna con la yema de tus dedos, haciendo que se me erice el vello bajo tu tacto. O quizá cuando besas las lágrimas saladas que cruzan mi rostro en una carrera que intentas para como si al hacerlo fueras a detener el dolor que se instala cual losa negra que reina en los días de lluvia. El frío que seca las gotas que me mojan es muy parecido a la primera bocanada de aire que nos acaricia al salir de la ducha, juntos, tras discutir por la temperatura del agua, tras desear que momentos como ese no terminen nunca."
Torrent, 19/08/2010
domingo, 8 de agosto de 2010
Y ya no la volví a ver más...
**Mañana, cuando me levante, esperaré encontrar una rosa, quizá roja, como el color de tus mejillas ruborizándose cuando te miro; quizá blanca, como las páginas que todavía me quedan por escribir, como nuestro futuro por pintar. Puede que sea amarilla, como el sol que se colará por la ventana al amanecer; tal vez azul, como el vestido que me quitaste anoche. Me dará igual. Quiero que me regales una rosa, que me despiertes con un beso y que suene nuestra canción, la que nos recuerda por qué seguimos juntos. Quiero que me regales una rosa que me diga "te amo"**
sábado, 24 de julio de 2010
Anoche soñé que volvía a Manderley
Leí "Rebeca" de camino a Barcelona. Huía de fantasmas y miedos, de una época que comenzaba a destruirme y que no cesaría hasta meses después. La carretera se abría a mi paso, un paso suspendido en las páginas de aquella obra que había escogido al azar, o quizás, como decía Daniel Sempere en "La sombra del viento", que me había escogido a mí. Durante aquel viaje aproveché cada segundo de descanso y soledad para quedarme a solas en "Manderley", navegar por los recuerdos de esa protagonista sin nombre, odiar al fantasma de Rebeca.
Durante aquellas horas de frenética lectura he de confesar que lloré de rabia e impotencia y supongo que lo hice porque sentí una profunda empatía con aquella protagonista atormentada por su complejo de inferioridad. Me sentí reflejada y no pude evitar sentir una tremenda angustia al pensar que él no había olvidado a Rebeca, que continuaba enamorado de alguien tan espectacular, de una mujer cuya presencia se había arraigado en la memoria de todos y continuaba vagando, descarada, por los pasillos de "Manderley". ¿Quién podría pensar que la niña tímida y ojeriza cuyos temores pesaban más que sus miedos ganaría la partida? Yo quise zarandearla, decirle que gritara a Max, gritarle que dejara de mendigar su amor, pedirle que levantara la cabeza y luciera su mejor sonrisa mientras paseaba por la playa, convenciéndose de que aquel era su lugar. O si no, si no era su lugar, que se marchara lejos, muy lejos, a años luz de Max, de Manderley y del sonido de las olas rompiendo.
Creo que a veces se me olvidaba que aquella no era mi historia y por eso lloraba lo que aquella mujer no era capaz. No era mi historia, sin embargo me sentía dolida con Max de Winter. Parecía que era a mí a quien jamás había besado o dicho "te quiero", a quien miraba con aquellos ojos ausentes, carentes de cualquier sentimiento.
Con el paso del tiempo, viví mi historia y vi que yo era igual que aquella muchacha. Tenía aquel complejo de inferioridad y el temor absurdo a que el amor de mi vida quisiera con esa intensidad a otra a quien yo suplía y a la altura de la que jamás estaría. ¿Pero sabéis? "Rebeca" acaba bien. Y los días tontos, aquellos en los que me siento una miserable niña de cabello deshecho sin un collar de perlas ni un modo para embotellar recuerdos, pongo "Rebeca", la adaptación de Hitchcok y dejo que los fotogramas en blanco y negro tapen los temores de fantasmas disimulados que juraron irse para siempre. Rebeca murió y su fantasma quizá nunca existió sino en la cabeza de la muchacha enamorada de Max. Y Max, con su indescifrable sonrisa, puede que le tuviera que haber confesado que ella, la niña sin nombre era el amor de su vida, la única mujer a la que había querido con esa furia y ternura.
sábado, 17 de julio de 2010
Siempre será aquella noche tu noche y la mía...
-No me parece justo.
-¿El qué?
- Pasar 24 horas contigo durante 11 días y ahora tener que acostumbrarme a vivir sin ti.
Me delata la ansiedad en el pecho. Le miro. Quedan horas. Empiezo a llorar. Intento grabar a fuego su imagen en mi mente, como si tuviera miedo a que de un momento a otro se me olvidara su sonrisa o el tacto de sus manos sobre mi cuerpo. Él me mira con una mezcla de conmiseración y pena. Seca mis lágrimas, las besa una a una. "Sabes salada", se ríe. Me echará de menos. Es lo que piensa mientra me mira. Lo sé. Conozco el brillo de sus ojos, le he contado 5 risas/sonrisas distintas y en estos momentos, su sonrisa, es la que alberga más pena de todas, la menos sincera. Me acaricia distraído mientras le susurra a mis lágrimas que paren. Intento no llorar. Me muerdo el labio y aparto la mirada. "No disimules. El gesto de tu boca dice que lloras". Río. "No me gusta que me conozcas tan bien", acabo diciendo cuando consigo deshacer el nudo de mi garganta. Le beso. Suena nuestra canción, que acaricia la habitación, se pasea por la cama, empaña el momento con más lágrimas. Quiere prometerme el mar otra vez, llevarme a nuestro lugar. Yo sólo quiero naufragar en su cama, quedarme abrazada a él hasta que amanezca y perder el avión que me ha de devolver a una vida que carece de sentido si no está él. "No quiero irme", repito. "No quiero volver a estar sin ti". Me siento protegida, feliz, invencible, cuando estoy entre sus brazos y durante horas he hecho de aquella habitación mi fuerte, observando cada detalle tapada con su bata. No quiero hacerlo, pero no puedo evitar pensar que en un día me separarán siglos del sonido de las gaviotas entrando por la ventana, de la lluvia, del frío vespertino, del sol de la mañana, de las chaquetas a mediatarde. Me he acostumbrado a ver el mar desde mi ventana, a la nostalgia que te inunda cuando ves un mar que no es el tuyo, a que su sonrisa me de las buenas noches, a que sus besos y caricias me despierten cada mañana. Me he acostumbrado a dar paseos interminables cogida a su cintura, a fingir enfados para que me recuerde que me ama, a acariciarle, a besarle, a no mirar el reloj. Aunque a lo que jamás me acostumbraré será al miedo a perderle, a la sensación de derrota cada vez que piso un aeropuerto con una tarjeta de embarque hacia Valencia.
Cojo mi ropa por fin y me visto. Me abraza por la espalda con esa dulzura que consigue derretirme. Me susurra al oído lo mucho que me quiere. Me quedo sin respiración. Me ahogo. Un trozo de mí se queda con él. Un trozo de mí se queda en aquella playa gallega que hoy lleva mi nombre.
sábado, 29 de mayo de 2010
Que puta es la vida a veces, y otras que de verdad...
Han pasado la vida juntos. Era usual verles pasear las tardes ociosas por la Avenida, cogidos del brazo, el uno siempre al lado del otro. Ella con ese carácter fuerte, esos collares de perlas. Él con una sonrisa cómplice que nunca perdía. Los recuerdo ya peinando canas, desventajas de ser la pequeña de la familia, pero siempre caminando juntos.
Hace poco, mientras esperaba a que me arreglaran la pulsera de mi cumpleaños, los vi entrar en la relojería. Él tenía el rostro desencajado, había envejecido cien años. Ella tenía la miraba ausente, los labios rojos, como siempre, la expresión perdida. Me reconoció, me besó, me dijo lo guapa que estaba. Aproveché esos minutos de espera para tomarla del brazo y dejar que él descansara, se desahogara hablando un rato con mi madre. De refilón, le vi llorar.
Me intenté poner en la piel de él. Después de toda una vida al lado de una persona, de quererla, de amarla, de disfrutar con ella lo más maravilloso de la vida y hacer frente a los sinsabores del destino, llega el momento que te va anunciando el final. De repente, ves como todo se desmorona.Maldita pregunta: "¿Y tú quién eres?" Ella va menguando, no es la sombra de lo que fue. Tú ya no tienes un lugar en el que refugiarte; has de vivir por y para ella. Además, la vida te ha dado un revés tras otro: has enterrado a tus hermanos, a tus cuñados, a tus sobrinos e incluso a un hijo. Ya no queda nada de aquellos sábados por la mañana de almuerzo y truc en el bar de siempre, ya no queda nadie con quien conversar alrededor de una cerveza, con quien compartir una charla de esas que arreglan el mundo. El tiempo se ha vuelto un enemigo que juega en tu contra, clavándote minutos, segundos. Ya no quedan más que recuerdos.
lunes, 19 de abril de 2010
Tienes fuego pero no sabes quién eres...
Se miró en el espejo. Las ojeras, las lágrimas, los fantasmas anidando cada rincón de su tibia serenidad, los sueños rotos, los aviones de cristal estrellados en el suelo de la inconsciencia... Su pintoresca imagen se burlaba de ella, como si fuera una simple desconocida. Se dio la vuelta, confusa, derrotada por el peso de la realidad y caminó durante horas sin rumbo por una ciudad llena de venas, arterias, por las que se delizaban centenares de coches que portaban refugios insondables que nunca eran el suyo.
"¿Y ahora, qué?", se preguntó.
Buena pregunta. Futuro. ¿Y ahora qué?
Cerró los ojos para disimular las lágrimas. El futuro se proyectaba en blanco y negro, como el pasado que pesaba cual losa sobre sus hombros. El futuro no existía. El futuro era una utopía que no tocaba con las manos, que no alcanzaba a vislumbrar, que se perdía en el eco de la desesperación que la arrastraba. El futuro era una promesa que se negaba a ser cumplida.
Arrastró su alma por aquellas calles, difuminándose entre los recuerdos. Veía su imagen nítida e inconfundible por aquellos lugares que una vez hicieron suyos. Cada semáforo en rojo, cada paso de zebra, aquella estación modernista, aquellas calles interminables, aquel río triste en el que ya nadie, excepto ella, reparaba... todo tenía su aroma, su presencia. Todo se le antojaba una leve fantasía, un lugar en el que nunca estuvo pero que se había postrado en su memoria como si un traidor cinematógrafo hubiera proyectado aquellas imágenes tantas veces que ya las hubiera hecho suyas. ¿Y si él nunca existió? Si realmente existía, si realmente había estado con ella, según el calendario, tan poco tiempo atrás, ¿ por qué le parecía que había pasado años?
Su voz, su tacto, su olor... se desvanecían si se aventuraba a recordarlo. El rumor del viento parecía llevarse con él todo resquicio de cordura y arrastraba consigo sus recuerdos, despojándola de aquello que la importaba. Cada segundo que pasaba para inmolarse hacía la eternidad era un enemigo que la hería de muerte. Maldito tiempo. Malditos fantasmas. Malditos corazones que corrían por la ciudad con total impunidad creyendo que alguien los necesitaba. Ella hacía tiempo que vivía sin el suyo. Ella lo regaló con una determinación que la asustó. Benditas locuras aquellas de juventud que te encumbran a la felicidad más absoluta, que te hacen recorrer kilómetros con un sueño y un libro, con una canción de fondo. Benditas locuras aquellas que le jugaron una mala pasada y que hoy la tenían atada a un vago recuerdo, a una sensación frustrante de vacío. Y es que ¿cómo se puede seguir viviendo después de conocer la felicidad y tener que decirle hasta luego? ¿Cómo se puede seguir adelante cuando has dejado parte de tu alma en un aeropuerto, vagando, esperando frente al panel de información, llorando en el smoking point? ¿Cómo se puede seguir adelante con la sensación de que no recuerdas su voz susurrándote al oído, el color de sus caricias o el precio de sus sonrisas?
Con la cabeza llena de preguntas sin respuesta esperó escuchar su voz al otro lado. Se conformaba con eso; ya ni tan siquiera demandaba gestos de cariño, sólo quería escuchar su voz, su risa, sus enfados fingidos... Pero esta vez no había nadie. De nada servía gritarle al viento, de nada servía vararse frente al mar ni lanzar una botella con un mensaje que nunca le llegaría, que nunca contestaría. Cruel presente, casi tan desdibujado como el futuro. ¿Qué poder tenía el amor? ¿La llevaría de regreso a casa? ¿Sonaría aquél teléfono con él al otro lado recordándole que, pese a sus miedos, sus estupideces, sus errores... todavía la quería con la ternura y pasión con la que la amó por primera vez, con la que prometió amarle cada día de sus vidas?
Y sin darse cuenta, había vuelto al principio. Estaba enamorada.
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