jueves, 5 de febrero de 2009


"No se atrevió a mirarla. Le daba miedo porque sentía que si la miraba ,ella, se quebraría en mil pedazos tal y como ocurría siempre. Pero su espejismo, esta vez, era real. Y el silencio opaco y tranquilo fue dilucidando hasta converitirse en una suave almohada donde reposar sus miedos. El viaje no iba a ser eterno. El tren tenía un destino marcado, destino que repetía días tras día, y ambos eran conscientes de que cuando la sirena del tren anunciara el final del trayecto, la magia se rompería en mil pedazos silenciosos que no sabían si podrían recoger. Pero él, el chico de los ojos marrones y la sonrisa indescifrable, estaba dispuesto a lanzarse a un océano enfurecido, como era el pecho de ella, sólo por verla abandonar sus fantasmas durante unos segundos. Y ella, experta en las lágrimas de media noche, sentía que él era el refugio que tanto ansíaba. Además, sin saberlo, estaba enamorada de aquellos ojos penetrantes y de aquel aroma cautivador que le prometía seguir a su lado todos los días de su incierta vida."