lunes, 27 de abril de 2009

Encendió un cigarrillo y la luz cálida del mechero iluminó tenuemente su cara dejando entrever por unos segundos el reguero que las lágrimas habían dejado en sus mejillas. En realidad, no le gustaba fumar, pero lo hacía tan por costumbre en las noches de astio que los paquetes de tabaco pasaban por su bolso casi a la misma velocidad que sus amantes fugaces. La primera calada invadió su boca de un sabor nocivo que se mezcló con su aire para llegar a sus pulmones y salir rápidamente perdiéndose en la brisa que acariciaba cada rincón de aquel lugar maldito. Los ecos de la ciudad dormida se perdían entre las calles ya casi vacías que se le antojaron, de repente, frías y lejanas. Los tacones gastados resonaron al mismo ritmo al que ella tarareaba una vieja canción de los ochenta que no recordaba cuándo fue la última vez que escuchó.
Cansada, agotada de luchar, se apoyó contra un frío muro y cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo, vio a su lado una figura hetérea que la miraba con un halo de compasión. Bella y confiada, besó a la chica en la frente, quien la reconoció de inmediato. Ésta hizo lo mismo y dejó los surcos de sus labios impresos en la frente de su aparición con una marca de carmín rojo que brilló iluminando de nuevo el rostro cansado de la chica. La vió desaparecer y llevarse a su paso la luminosidad que sólo ella era capaz de proporcionar. Con una única lágrima despidió a la señorita Ilusión, su ilusión, quien ya bajaba por la calle y se iba haciendo cada vez más pequeña.
Pasó una mano por su pelo, ya enmarañado y despeinado. Pensó que tendría que tener una pinta espantosa, que a esas alturas de la noche (o de la mañana), sus ojeras delataban su deplorable estado anímico y que muy probablemente sus ropas olían a alcohol, a tabaco y a desesperación.
Cuando más vacía se sentía, más triste se hallaba y más desesperación notaba en su pecho, apareció de nuevo una figura etérea. Era bella, pero fría y despiadada. No era su Ilusión que volvía arrepentida a darle una segunda oportunidad, era otra vieja conocida contra la que ya había luchado. No dijo nada. No se presentó a la muchacha, simplemente se dignó a besarla en los labios en un beso sin pasión ni emoción. Después, encendió un cigarro y le dio fuego a la chica para que hiciera lo mismo.

-Ya no eres dueña de sus historias.- le dijo en un tono frío, sin compasión. - Ya no te pertenecen sus vidas. Ni tan siquiera puedes puedes escribir sus destinos en folios; tu inspiración se marchó mientras vomitabas tu orgullo en alguna fiesta y ni tan siquiera te despediste de ella.

La chica tragó saliva, reprimió una lágrima furtiva que le escoció en el corazón y se abrazó a la figura que le hablaba. Ésta la estrechó entre sus brazos y se fundió con ella.

-Bienvenida a mi vida, señora Apatía- murmuró.

miércoles, 1 de abril de 2009

Sirena Varada...


"Pero es que cada gota de lluvia lleva a lomos demasiados recuerdos que, cuando osan acariciar las heridas que todavía no han cicatrizado, escuece. Llovía aquel día en el que me partieron el corazón en mil pedazos y, sentada frente a la ventana hasta que el tiempo dejó de pasar y las horas perdieron su importancia, vi como la lluvia y el viento se llevaban los pedazos de un maltrecho corazón que justo en aquellos momentos y no en otros, dejó de creer en el amor. Y aquel día, mientras mis lágrimas formaban un charcho de tristeza en el que naufragar, me prometí a mi misma sellar para siempre mi corazón si de esta manera nunca nadie me volvía a hacer daño. Las gotas de lluvia sellaron mi pacto y aquella pequeña llave bajo la que esconder mis miedos se la llevó algún pequeño riachuelo de ilusión y de cobardía encubierta. Confié en que quizás algún día la trajera de vuelta un pequeño barco de papel que atracara en un puerto seguro, sin miedos oscuros, sin lágrimas de media noche. Pero los barcos de papel se rompen, se deshacen y desaparecen como las promesas que se formulan al viento. Aquel barco de papel con el billete de vuelta se ha perdido en la corriente de alguna tormenta y ha encallado en el vaso de ron de algún pirata o marinero que se tragó la llave e hizo llorar a esta pequeña sirena. Pero los marineros tienen a mil sirenas suspirando en cada puerto y la sirena que esconde su corazón en barcos de papel siempre huye sin saber si la invitaran a otro ron. Al fin y al cabo hay sirenas que se olvidaron de nadar mucho antes de aprender. Y yo me olvidé de nadar el día en el que dejé de creer en el amor, el día en el que la vida me demostró que los príncipes azules se van en el momento en el que hace falta que te envuelvan con su capa.

Pero la lluvia ha sido mi aliada cuando la he necesitado, cuando he creído que un momento así no se podría concebir sin ella, sin esa melancolía opaca que te envuelve el corazón sin necesidad de una excusa. Por eso salí a la lluvia el día en el que la vida dejó más desamparada que nunca, cuando sentí que se me había quebrado el corazón y sólo me quedó sentarme en el banco de piedra blanco resguardado por un porche a ver pasar las horas teñidas de dolor. La lluvia trajo consigo la fuerza del cariño, la fuerza que te arrastra a ponerte en pie incluso cuando se te ha olvidado cómo late el corazón, cuando has conocido a la muerte y la has mirado a los ojos suplicándole un único día más.

Pero los días de lluvia, a parte de los recuerdos, traen consigo esa extraña inspiración para un alma romántica que nunca es leída. La lluvia cae y tiñe los días de ápices tristes que yo convierto en historias, historias olvidadas que nunca ven la luz del sol, que viven en las nubes negras y en el alma de una pequeña sirena que hace con ellas barcos de papel en los que esconder su corazón.”