sábado, 12 de febrero de 2011

Dame unas horas de tu amor...



Pasaron semanas antes de que él reaccionara. Estaba perdido, desconcertado, temeroso, como un lobo aullando a una luna desaparecida. Estaba ahí, sentado de nuevo en el mismo sofá que semanas antes ocupara ella, quien volvió de manera improvisada, atropellada y quien se fue sin hacer ruido. A ratos reía si recordaba  la manera en que se revolvía en la cama invéntadose mil excusas para quedarse cinco minutos más. Y él se unía a ella, la abrazaba por detrás de manera que ambos encajaban perfectamente y se convertían en uno. A ratos lloraba si recordaba la manera que tenía de sonreír, si recordaba los millones de sensaciones que experimentaba mientras hacían el amor, mientras se acariciaban distraídos sin excusa alguna. Reía, lloraba, hundía su cara en la almohada que compartieron siglos antes y aspiraba su olor, lo que quedaba de él. Cruel rutina que una y otra vez se sobreponía feroz a la promesa de un nuevo día.

-¿Sabes? No me despedí de ti porque no me atreví.- Fue la única excusa que ella le dio la primera vez que hizo las maletas y se marchó. - Podía haberte dicho que ya no te quería, que me había enamorado de otro, que quería un tiempo para estar sola o que quería correr el mundo sin equipaje, pero sabía que destaparías una a una mis mentiras. O tal vez puede que simplemente no soportara la idea de verte llorar. No sé por qué vuelvo, no sé si esta vez tendré el valor de despedirme, pero si me permites, si todavía no me odias lo suficiente, querría hacer algo que llevo soñando desde que me fui...

Él tenía un nudo en la garganta. Se había jurado odiarla, había puesto en ello todas las fuerzas que no gastó buscándola, pero le era imposible. Era imposible odiar a un ángel.

-No.. no sé qué decirte.

-Déjame hace esto, por favor...

Y acercándose a él despacio, de manera ceremoniosa, le besó. Fue un beso lento y tierno, repleto de explicaciones a media voz, de disculpas heridas y de dolor, de mucho dolor.

-¿Por qué? - preguntó él minutos después los puntos suspensivos de aquel beso.

Ella se acomodó en su pecho y le rodeó la cintura con el brazo.

-Solía decir que a tu lado, así, el mundo dejaba de existir, que me sentía tan protegida que nada ni nadie podría hacerme daño, ¿recuerdas? Necesito volver a sentirme así.

-¿Te crees que tienes derecho a todo esto después de meses desaparecida?- Él no gritó, no se alteró. Su tono de voz era pausado y su lenguaje corporal trataba de no ser tosco. A pesar de todo él no quería que ella se moviera.

Ella alargó el brazo y cogió de manera ágil su bolso. Sacó un cigarrillo que encendió sin ceremonias.

-¡Carol!- exclamó.

-Todo está perdido.- contestó ella.

Y entonces él lo supo. No hizo falta más, no hubieron más explicaciones ni más reproches. Él la miró a los ojos y comprendió todo cuanto necesitaba saber. Ella estaba más delgada, más ojeriza y frágil, pero no había reparado en ello antes. La besó con miedo a que se quebrara, la acomodó entre sus brazos y se sintió en paz consigo mismo, con ella. Con la vida. 

Y se marchó de nuevo. Una media sonrisa, un último suspiro y un beso posado en el quicio del dolor de las despedidas mudas. Sí, Carol se había marchado, aunque su cuerpo seguía allí. Carol había volado lejos, se había materializado en la estrella que siempre fue y cada noche la miraba imaginando escuchar al otro lado de la puerta el sonido de los tacones repicando con prisa.