viernes, 29 de mayo de 2009

El joven se subió al banco que había bajo el ventanal. Sentía el vértigo de la libertad, la fragilidad de la vida, el influjo de sentimientos encumbrándole hacia la locura más absoluta. Abrió los ojos como platos y fijó su mirada encendida en aquellas imágenes que el mismo estaba proyectando ayudado por el humo serpenteante de la chimenea de aquella casa que luchaba en una batalla encarnizada contra el frío. Intentó coger el humo entre sus manos, deshacer las escenas que veía en él y que le dolían porque sabía que el tiempo nunca regresa. Dio un paso hacia delante sintiendo la consciencia de sus actos suspendida en el aire. Había sentido el aliento de la muerte sobre su nuca durante aquellos días. Quizás aquella casa vacía parecida a la de su infancia, aquella ventana abierta premonitoriamente y aquellas imágenes desfilando por su mente como si se tratara de un último adiós, no hacían más que indicarle que su final había llegado.Sonrió de manera oscura, con una determinación alarmante cruzando su rostro. Se balanceó cogiendo impulso, cerró los ojos sintiendo el aire frío clavándose en él y se dispuso a dar el último paso que lo separaba del suelo y del final.


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El texto es parte de un relato que he escrito para un concurso. Sé que es parecido que escribí hace alguna entrada, pero me perdonáis, no? :)

sábado, 23 de mayo de 2009

En su lucha de ser o no ser, el vencido fue él...

Nunca me he sentido tan estúpida.

De pronto, se ha caído el telón y me he dado cuenta de que mi vida sólo era un teatro. Han quedado al descubierto los actores, las bambalinas, el tramoyista y el cabrón del apuntador. Y mientras veía todo desplomarse me he quedado con la mayor cara de gilipollas que he puesto en mi vida.

Hace unos meses, no demasiados, me creía afortunada. Sí, pensaba que tenía a mi alrededor a la mejor gente. O quizás no fuera la mejor gente, pero era la que me hacía feliz. Yo los adoraba y creía que ellos también me querían. Reconozco que no soy una persona fácil. Que a veces me adentro en mi mundo, me ausento en mí misma y veo fantasmas que retonarnan de mi pasado. Es normal. No hace demasiado que me di cuenta de que la vida es frágil, que la gente desaparece para siempre y a lo largo de estos meses no se me ha ido de la cabeza las imágenes de aquel último adiós. Pero aún así siempre estuve ahí dispuesta a arreglar el mundo sentada frente a un café, a una coca-cola, o un té. Estuve ahí para escuchar, para reír, para ser vete a saber quién.
Creía tener amigos que escuchaban mis divagaciones, que compartían conmigo sus vidas. Creía tener amigos íntimos, esos con los que compartes tus miedos, tus inquietudes, tus planes de futuro, a los que escuchas durante horas hablar de sus cosas y a los que aconsejas con esa incierta sabiduría. Ese tipo de amigos con los que no hace faltar hablar, que al mirarte saben que no luces tu mejor sonrisa y que aceptan y comprenden tus días malos, tus defectos, tus alardes de locura itinerante. Y también creía contar con ese tipo de amigos con los que sales a tomar un quinto en la tasca de siempre, con los que compartes risas y recuerdos, fiestas y un cariño infinito fruto de los años juntos

Pero de pronto todo ha estallado y mi sonrisa se ha tornado más cansada que de costumbre. Ya no merece la pena seguir sonriendo para contentar a nadie ni para que nadie se sienta mejor. Sí, estoy mal, pero ¿y qué? Aquellos amigos que conderaba íntimos se alejan y cuando intento acercarme me destapan el teatro. Todo era por compromiso, por tradición. Nunca me habían dicho tan pocas palabras que me habían dolido tanto. Quedaban conmigo fruto de la tradición de tantos años, por el compromiso de no saber decirme que no me soportaban más. Eso es lo que yo interpreto. Al fin y al cabo las explicaciones han sido más bien escuetas. Después de tantos años todo acaba así, sin más, con dos palabras que se me clavan: tradición y compromiso. Y mi cara de gilipollas apoyada sobre la pared mirando la nada. ¡Con lo largo que había sido aquel día a base de café y té después de las clases para sobrevivir! Pero pensé que el día siempre amanece y acabé resbalando sobre la pared, abrazando la almohada mientras sonaba de fondo a saber qué programa de la tele que ocupara mi mente y que me diera una tregua para no pensar en lo sola que me sentía. Y me dormí y el día amaneció. Algo más frío, algo más gris, pero al fin y al cabo un nuevo día. Me he dado cuenta de que seguirán amaneciendo días en mi vida con más o menos ganas porque todavía quedan muchas cosas por las que luchar. Ya vendrán más gente, más desengaños, más planes, más viajes suicidas al fin del mundo, más amores platónicos que me sonrían por los pasillos... Ya encontraré esa protección que anhelo, ese abrazo protector. Saldré de esta. Voy a salir de esta. Por muy sola que me sienta, por muchas estupideces que vaguen a sus anchas por mi mente, por muchos fantasmas que aparezcan en mi cama por las noches.





Y sí, necesitaba escribir mis divagaciones!

miércoles, 13 de mayo de 2009

Tarde de jueves

Lo he hecho. No ha sido tan difícil. Una tarde cualquier después de clase. Una charla simpática en la que intentaba no parecer estúpida ante un él mientras caminaba sin tener claro el rumbo me he hecho olvidar lo que llevaba tanto tiempo cavilando. Por unos minutos, he dejado de pensar en si esta vez tendría valor para no quedarme en la puerta. Mis pasos me han guiado. Sería imposible olvidar el camino que lleva hasta allí. Lo he recorrido durante años cogida de su mano, de la mano tu madre. Entonces era una niña que, en silencio, se preguntaba qué era aquello que le dolía tanto. Lo he comprendido. Aquel lugar silencioso tiene algo que se te clava dentro como un puñal. He seguido caminando escoltada por las fotografías sonrientes de aquellos que se fueron para siempre. Nunca tantas sonrisas se me antojaron tan tristes. Y al llegar allí, completamente sola, he llorado. En las despedidas eternas es normal llorar. Me he sentido pequeña, aquella enana con coletas que te veía jugar a las cartas, pero me he sentido mayor, más madura, como si hubiese crecido frente a aquel mármol desde el que me miraban fotografías entre las que no me acostumbro que esté la tuya.

-Mi mundo es un desastre desde que te fuiste, ¿lo sabías? Ya no soy la misma. He cambiado.

De repente, mientras te decía aquello, te he comprendido y el rencor que todavía albergaba, se ha disipado. La vida se tornó muerte y tú cambiaste demasiado. Al viento, en silencio, he prometido no cometer tus errores. Finalmente, he rehecho mis pasos optando por el camino largo a casa, dejando que el sol y el viento jugaran con mi pelo, me secaran las lágrimas osadas y me dejaran pensar en lo que me está pasando. He caminado por lugares conocidos que olían a pasado y por los que dejamos nuestras huellas. Pero ya no queda nada de aquellos tiempos. Ya no queda nada de lo que viviste. Y esto no ha solucionado todos mis problemas, pero yo me he quitado una espina que todavía tenía clavada y que hoy, sin saber si por la charla amable del camino, por la lucidez repentina de una tarde sin dolores desesperantes o porque ya estaba preparada, me la he arrancado para siempre.

-Adiós, papá.- he conseguido decir por fin, después de 7 meses de ausencia que he intentado olvidar a golpe de silencio