lunes, 15 de febrero de 2010


Me gusta tu forma de mirarme, siempre con dulzura y profundidad.

Me gusta cuando te revuelves en la cama y me buscas, te acercas a mí y me abrazas.

Me gustas cuando duermes y me contestas, me besas, me proteges.

Me gusta tu calor, tu olor, el tacto de tu piel aterciopelada, el contraste con la palidez de la mía.

Me gusta cuando me besas y tu barbita hace que se me pele la nariz.

Me gusta cuando me haces cosquillas en el cuello.

Me gustan tus manos, tus labios, tus intenciones.

Me gusta cuando te miro, sonrío y tú me preguntas en qué pienso.

Me gusta cuando no soy capaz de desentrañar el mapa de tus gestos y te me antojas un misterio.

Me gusta cuando sonríes y me quedo durante horas colgada en esa sonrisa.

Me gustas tú.

Me gusta nuestra vida.

Me gustan nuestros planes.

Pero no me gusta tener que echarte de menos.


viernes, 5 de febrero de 2010

Te he dejado en la despensa lunas, por si acaso es q oscurece...


Entramos Ciiint y yo en una floristería de la parte baja. Íbamos inmersas en nuestro mundo, hablando, riendo, quejándonos de un examen o quizás de un trabajo que aún no habíamos acabado. Al cruzar la puerta nos recibió un negocio muy típico, desordenado, con la mesa llena de papeles y las estanterías repletas de flores efímeras, pero preciosas que conformaban un agradable ambiente. Buscamos a nuestro alrededor al dueño del negocio y al mirar al frente, a lo que parecía una trastienda, vimos a una pequeña con su papá. La niña, con el pelo deshecho, el chándal del colegio y esa indecisión propia de la edad se debatía entre el rojo o el naranja. Su padre, perfectamente trajeado, con una sonrisa paciente y un gesto conmedido, esperaba la decisión de la pequeña. Así, finalmente, la niña emitió su veredicto y el padre lo reafirmó con un leve movimiento de cabeza al tendero, un chico joven de trato amable con una cálida sonrisa .

Ciiint y yo continuamos charlando cuando los tres salieron al mostrador. Yo le iba contando alguna clase pasada, quizá formulaba alguna queja, pero al nombrar a un profesor, el padre se metió en nuestra conversación con una tibia sonrisa avergonzada. Me giré confusa. ¡Qué pequeño es el mundo!

-¿Ese no será el de Monte-sión?


-Sí.- respondimos al unísono.

Empezamos una amable conversación entre recuerdos en blanco y negro, entre comentarios mordaces, comprobando que el tiempo suaviza las formas, tiñe de blanco el pelo, pero las personas permanecen. Dos generaciones distintas allí plantadas, que habían recorrido esos pasillos en momentos distintos, dejando su esencia, su primavera, sus sueños anclados en aulas de azulejos verdes que han cobijado miles de espíritus que creen que no hay vida más allá de esa adolescencia.

El hombre, tras unos minutos de complicidad con nosotras, nos deseó suerte. Pagó las flores, cogió a la niña de la mano y se marchó guiñándonos un ojo, esperando que nuestro futuro inmediato fuera dichoso. Cynthia y yo nos miramos pensando que quizás este lugar tiene más de pueblo de lo que pensamos, pero aquello, en cierta manera no nos disgustó. A veces, cuando vives en medio de un mundo que gira tan deprisa, donde confluyen miles de historias y nadie se preocupa por la tuya, resulta agradable encontrarte con alguien así, charlar sobretodo o sobre nada, sonreír porque sí.


Después, Ciiint y yo comenzamos a divagar, pensando en lo tierno que resultaba aquel chico saliendo con las flores desnudas en la mano. Pensamos que serían para su mujer que, ingenua, esperaba en casa suponiendo que su marido y su niña estarían en el parque. Quisimos imaginar la reacción de la esposa emocionada, sorprendida. Puede que abrazara a la niña, besara a su marido apasionadamente y se sintiera satisfecha por estar ahí, vivir esa vida con sinsabores y emociones, con pequeños detalles que la hacen grande. O puede que no, pero nos gustaba más esta opción.

Y yo, nostálgica, emocionada quizás imaginando aquella escena, no pude evitar pensar en el futuro, en flores naranjas, en besos y amor, y en el lugar donde tendrían lugar mis sueños, puede que alejados de esa floristería, de esas conversaciones casuales, o puede que no.