martes, 16 de junio de 2009

"-Yo- comenzó a hablar sin mirarme.- no me puedo quitar de la cabeza el día en que me fui. Estabas tan hundida que se me rompió el corazón. No sabes lo difícil que fue para mí soltarte toda aquella retahíla de idioteces esperando a que me odiaras para siempre. Y después no quería creer lo que había pasado. Mientras viajaba en aquel avión no pude dejar de pensar ni un solo instante en el daño que te había hecho. Después me dio por imaginar lo que hubiera sido de nuestra vida si todo hubiera sido más sencillo y más normal. Una casa con jardín, como tú querías. O quizás un ático en el centro con terraza. Y yo lo diseñaría todo para ti. Y lo decoraríamos juntos, todo menos tu rincón. Con millones de libros agolpados en estanterías de aluminio. Y un par de sillones por si alguna vez te apetece compartir la lectura conmigo. O un sofá o una hamaca. Y tus pósters se repartirían por las paredes para que pudieras recordar todos los lugares con los que todavía sueñas. Y habría muchas fotos porque a ti te encantan las fotos. Tendrías fotos y recuerdos por las paredes también. Fotos nuestras, fotos de nuestros viajes, de nuestra familia, de nuestros amigos, de tu infancia, del mar… Y a un lado, un escritorio con la máquina de escribir que te regalé. Tu ordenador descansaría al otro lado para tus días de inspiración. Y esos días, el sonido incesante de las teclas siendo golpeadas invadiría la casa y llegaría hasta mi despacho, situado al otro lado del pasillo, donde estaría trabajando en el proyecto de alguna casa o de algún edificio nuevo. Y entonces sonreiría satisfecho, dejaría la escuadra y el lápiz y caminaría sigiloso por el pasillo para asomarme y ver lo guapa que te pones cuando escribes. Al final, no me podría resistir y entraría interrumpiéndote y te besaría y te abrazaría y te haría el amor allí mismo.
Luego, todavía con tu calor, volvería a mi despacho y miraría nuestra foto sobre el escritorio. Tú siempre tan guapa, tan sonriente. Mi despacho no sería tan bonito como el tuyo. Sería más sobrio, menos personal. Con algún cuadro, con escuadras, cartabones, compases, minas, láminas… Todo ello repartido por la mesa. Y habría un caballete para pintar. Un día lluvioso y tras que nuestros planes se anularan, te pediría dibujarte. Seguro que te sonrojarías y me dirías que no eres digna de ser una modelo, que no tienes cuerpo, que no eres tan guapa. Y yo respondería que eres perfecta. Aunque me conozco perfectamente el mapa de tus gestos, de tus expresiones, de tu piel, te miraría detenidamente y pintaría el que estoy seguro que sería mi mejor cuadro. Pero no te lo regalaría. Me lo quedaría para mí, para colgarlo puede ser en el despacho del trabajo y que así los clientes se maravillaran al ver que tengo la mujer más asombrosa del mundo a mi lado. La luz de tus ojos me acompañaría y me haría más llevaderas las reuniones insufribles con los constructores.
Y también pensé en nuestra boda. Tú con un vestido blanco precioso que escogerías con tu madre. El pelo ondulado cayéndote por la espalda te daría un aire adorable. Y al verte del brazo de tu padre me emocionaría. Estarías todavía más radiante que de costumbre y todo el mundo me tendría envidia por tener a mi lado para siempre a la mejor mujer del mundo. Te daría el “sí quiero” mirándote a los ojos y, al finalizar, te daría el beso más largo y más cariñoso de todos cuantos te he dado mientras nuestra familia nos miraría y nos fotografiaría. Al día siguiente, después de haber compartido con ellos la velada de nuestras vidas, partiríamos a un vi
a
je que nos llevaría todo el tiempo que tú quisieras. Egipto, Roma, París, Praga, Venecia, Nueva York, California… y sólo existiríamos tú y yo por aquellas calles desconocidas en las que nada importaría salvo que estoy contigo.

De repente se calló. Parecía como si todavía estuviera en una ensoñación y sus palabras tan sólo fueran un leve esqueje de lo que pasaba por su mente. Era como si realmente hubiera estado viendo aquello pasar ante sus ojos y había conseguido hacérmelo ver a mí. Aquella vida idílica había despertado en mí un cierto sentimiento de ternura que había hecho acallar la rabia y los resquicios de odio que había intentado mantener vivos contra él. Era imposible. No había manera de odiarle sin que alguna de sus palabras rompiera en mil pedazos todo sentimiento negativo.


-¡Estás llorando!- exclamé. Y fue lo único que pude decir durante un rato. ¡Qué estúpido debía de sonar aquello en esos instantes!"

2 comentarios:

Nagash dijo...

Es parte de un relato tuyo? No está mal ^^
Un saludo!

Srta. Nostalgia dijo...

Podría, hubiera, querría, estaría, gustaría, soñaría... Ay, estos condicionales que nos condenan al más puro hastío, podrían suicidarse entre todos. Muy buena tu forma de escribir, como siempre. Muaaa.