sábado, 2 de octubre de 2010

Las Rayban no te dejan ver las lágrimas...

Octubre es gris.

Recuerdo con una nítidez dolorosa la sensación de desprotección que me quedó el octubre de dos años atrás. Mecida por una ola de cariño caminé confusa y desorientada durante aquellos largos días. Nada importaba, nada recordaba ya. Todo se había desvanecido la mañana de aquel día, cuando desperté empapada en sudor, llorando sin un motivo aparente. Se había ido, lo supe mucho antes de escucharlo de la boca de otros, de verlo con mis propios ojos. Él ya no estaba allí.

Y llovía. Si no hubiera llovido me hubiera enfadado con el mundo. Sí, más de lo que ya lo estaba. Llovía y me resguardé en un banco de piedra las horas más largas del día más infinito. Daba igual si hacía frío, daba igual si llovia a mares, daba igual si llevaba horas allí, mirando la nada sin hablar con nadie. ¿Qué buscaba? Quizá la respuesta al interrogante de dónde se va aquello que muere. Di millones de besos, noté el calor de aquellos que me abrazaban, me refugié en los latidos de aquellas medias sonrisas que me miraban como si yo no fuera la misma de siempre. Y quizá tenían razón: jamás volví a ser la misma. 

Lloré hasta dejarme el alma. Lloré hasta no poder más. Lloré hasta sentir que el mundo se quebraba bajo mis pies, que un agujero se abría para llevarme al abismo. Pero alguien me abrazó en la puerta de aquella iglesia, impidiendo que callese. "Se te oia llorar, desde la otra punta, y a mí se me encogía el corazón", me escribieron después. 

Y todo me ha venido hoy a la memoria, con ese color gris que octubre siempre me evoca. Gris, como el cielo cubierto que me dio los buenos días la mañana en la que él, papá, se marchó en silencio, de manera discreta, envuelto en los fantasmas que le atormentaron, con una media sonrisa de felicidad y paz que jamás había visto.


1 comentario:

Pau dijo...

Perfectamente Hermoso.
Igual me paso a mi, pero fue un febrero gris.