viernes, 12 de octubre de 2007


Tú estabas vestido con un traje negro, de esos reservados para ocasiones especiales. Yo llevaba un vestido no demasiado largo pero sí muy de vestir. Venías a buscarme a mi casa con un coche elegante. Alguién conducía, pero nosotros íbamos a nuestro aire. En medio de nosotros estaba sentado un amigo. Tú y yo nos mirábamos de soslayo, con ojeadas furtivas temiendo algo que se me escapaba. De pronto le pedías al chico que te cambiara el sitio para poder sentarte a mi lado. Entonces yo me acomodaba sobre tu hombro y tú me cogías de la mano mientras me enseñabas algo como antes, cuando éramos algo más que amigos. Yo miraba con atención lo que me señalabas pero sin apenas darle importancia porque lo único que me importaba es que tú volvías a estar conmigo. Estaba esperando un beso. Un momento en el que tus labios rozaran los míos y sintiera la húmeda pasión que desata ese instante. Desde hace mucho recuerdo nuestros besos y anhelo tan sólo uno más. Pero ese nuevo beso no llegaba y sentía por dentro que me moría de ganas mientras te miraba a los ojos.

El coche por fin paró en la oscuridad de la noche. Por fin salimos y bajo la luz de la luna de Valencia nos seguíamos mirando a los ojos. No desatamos palabras que pudieran empañar ese momento tan dulce y me abrazaste. Algunas lágrimas asomaron por mis ojos, apenas perceptibles pero sí iluminadas bajo la ténue luz. Te despegaste de aquel abrazo y tus labios buscaron los míos y tus manos acariciaron mi cara, secando las lágrimas que aún osaban a resbalar por la mejilla. Yo respondí a tus besos. Te acariciaba la espalda sintiéndote cerca de mí y temiendo que todo acabara. De pronto mis temores se hicieron realidad y un rayito de sol colándose por la ventana me dió la bienvenida en la cama. Todo lo había soñado. Todo excepto las lágrimas que aún caían de mis ojos. Sentía dentro de mí el mismo vacío que el día en que me dejaste.

No hay comentarios: