jueves, 25 de junio de 2009

Las musas son un poco putas y me hacen dudar de todo lo que escribo...

ISABEL ALLENDE- "PAULA"

"En estos meses me he quedado vacía, se me agotó la inspiración, pero también es posible que las historias sean criaturas con vida propia que existen en las sombras de una misteriosa dimensión, y que en ese caso todo sea cuestión de abrirme nuevamenente para que entren en mí, se organicen a su antojo y salgan convertidas en palabras. No me pertenecen. No son mis creaciones, pero si logro romper los muros de la angustia donde estoy encerrada, puedo volver a servirles de médium"



Hace tiempo que estoy bloqueada. Hace tiempo que estoy en blanco, que cada vez que intento escribir es como si no tuviera nada que contar. Entradas atrás escribía algo así como "ya no eres dueña de sus historias", pero es que además ahora tengo la sensación de que no soy dueña de lo que yo siento. Me he quedado vacía. Subsisto a base de relatos de épocas en las que por lo menos, con mayor o menor calidad, gastaba mi tiempo haciendo algo que me gustaba. Pero poco a poco he visto morir mi inspiración entre mis brazos, la he visto marcharse poco después de que mi mundo se derrumbase y ahora no soy dueña ni de las historias de otros ni de las mías propias.

Es fustrante sentirse vacía. Es como si de pronto la apatía estuviese campando a sus a sus anchas por mí sin ley ni orden. No sentir nada es demasiado fustrante y ¿por qué no? demasiado triste. Yo, que he perdido el norte y no sé si miro al sur, puedo afirmar que, como dice el señor Rafa Pons, "de tanto buscarme me he perdido". Y además es que he perdido la inspiración, las ganas de escribir... Cada vez que me pongo frente a un folio en blanco me vuelve a entrar el miedo, la inseguridad. Cada vez que intento actualizar esto supone un mundo. Llevo días intentando escribir. Llevo días con la pestaña del explorador abierta, con "anoche soñé que volvía a Manderley" como título, y llevo días borrando líneas, reescribiendo frases, oyendo teclas repicando. Quizás necesite un tiempo o quizás necesite este fin de semana de buena música, de sentirme yo, de ponerme guapa, de mirarme al espejo y sonreír a esas personas que a pesar de todo, inexplicablemente, me siguen queriendo. A veces, después de estos meses en los que he oído tantas cosas, me sorprende que quede gente a mi lado que me diga que la melancolía no es mala, que la tristeza es normal cuando has encajado mil y un golpes, que las personas no cambian tanto y que si lo hacen, los amigos, están ahí para saber ayudarte.


Y ayer, el señor Dylan, de camino a casa me llamó "miss Lonely" y me dijo que mi vida era "like a rolling stone". He dejado al señor Dylan hasta que sus canciones me digan cosas bonitas.

martes, 16 de junio de 2009

"-Yo- comenzó a hablar sin mirarme.- no me puedo quitar de la cabeza el día en que me fui. Estabas tan hundida que se me rompió el corazón. No sabes lo difícil que fue para mí soltarte toda aquella retahíla de idioteces esperando a que me odiaras para siempre. Y después no quería creer lo que había pasado. Mientras viajaba en aquel avión no pude dejar de pensar ni un solo instante en el daño que te había hecho. Después me dio por imaginar lo que hubiera sido de nuestra vida si todo hubiera sido más sencillo y más normal. Una casa con jardín, como tú querías. O quizás un ático en el centro con terraza. Y yo lo diseñaría todo para ti. Y lo decoraríamos juntos, todo menos tu rincón. Con millones de libros agolpados en estanterías de aluminio. Y un par de sillones por si alguna vez te apetece compartir la lectura conmigo. O un sofá o una hamaca. Y tus pósters se repartirían por las paredes para que pudieras recordar todos los lugares con los que todavía sueñas. Y habría muchas fotos porque a ti te encantan las fotos. Tendrías fotos y recuerdos por las paredes también. Fotos nuestras, fotos de nuestros viajes, de nuestra familia, de nuestros amigos, de tu infancia, del mar… Y a un lado, un escritorio con la máquina de escribir que te regalé. Tu ordenador descansaría al otro lado para tus días de inspiración. Y esos días, el sonido incesante de las teclas siendo golpeadas invadiría la casa y llegaría hasta mi despacho, situado al otro lado del pasillo, donde estaría trabajando en el proyecto de alguna casa o de algún edificio nuevo. Y entonces sonreiría satisfecho, dejaría la escuadra y el lápiz y caminaría sigiloso por el pasillo para asomarme y ver lo guapa que te pones cuando escribes. Al final, no me podría resistir y entraría interrumpiéndote y te besaría y te abrazaría y te haría el amor allí mismo.
Luego, todavía con tu calor, volvería a mi despacho y miraría nuestra foto sobre el escritorio. Tú siempre tan guapa, tan sonriente. Mi despacho no sería tan bonito como el tuyo. Sería más sobrio, menos personal. Con algún cuadro, con escuadras, cartabones, compases, minas, láminas… Todo ello repartido por la mesa. Y habría un caballete para pintar. Un día lluvioso y tras que nuestros planes se anularan, te pediría dibujarte. Seguro que te sonrojarías y me dirías que no eres digna de ser una modelo, que no tienes cuerpo, que no eres tan guapa. Y yo respondería que eres perfecta. Aunque me conozco perfectamente el mapa de tus gestos, de tus expresiones, de tu piel, te miraría detenidamente y pintaría el que estoy seguro que sería mi mejor cuadro. Pero no te lo regalaría. Me lo quedaría para mí, para colgarlo puede ser en el despacho del trabajo y que así los clientes se maravillaran al ver que tengo la mujer más asombrosa del mundo a mi lado. La luz de tus ojos me acompañaría y me haría más llevaderas las reuniones insufribles con los constructores.
Y también pensé en nuestra boda. Tú con un vestido blanco precioso que escogerías con tu madre. El pelo ondulado cayéndote por la espalda te daría un aire adorable. Y al verte del brazo de tu padre me emocionaría. Estarías todavía más radiante que de costumbre y todo el mundo me tendría envidia por tener a mi lado para siempre a la mejor mujer del mundo. Te daría el “sí quiero” mirándote a los ojos y, al finalizar, te daría el beso más largo y más cariñoso de todos cuantos te he dado mientras nuestra familia nos miraría y nos fotografiaría. Al día siguiente, después de haber compartido con ellos la velada de nuestras vidas, partiríamos a un vi
a
je que nos llevaría todo el tiempo que tú quisieras. Egipto, Roma, París, Praga, Venecia, Nueva York, California… y sólo existiríamos tú y yo por aquellas calles desconocidas en las que nada importaría salvo que estoy contigo.

De repente se calló. Parecía como si todavía estuviera en una ensoñación y sus palabras tan sólo fueran un leve esqueje de lo que pasaba por su mente. Era como si realmente hubiera estado viendo aquello pasar ante sus ojos y había conseguido hacérmelo ver a mí. Aquella vida idílica había despertado en mí un cierto sentimiento de ternura que había hecho acallar la rabia y los resquicios de odio que había intentado mantener vivos contra él. Era imposible. No había manera de odiarle sin que alguna de sus palabras rompiera en mil pedazos todo sentimiento negativo.


-¡Estás llorando!- exclamé. Y fue lo único que pude decir durante un rato. ¡Qué estúpido debía de sonar aquello en esos instantes!"

jueves, 11 de junio de 2009

A veces siento que pierdo altura y pido permiso para aterrizar

A veces siento que corro a ciegas. A veces es como si estuviera en una carrera de fondo en la que sólo hago que correr y correr y nunca acabo. Y entonces, llega un momento en el que me quedo sin respiración y caigo al suelo. Sigo a ciegas, me levanto, busco una mano amiga y vuelvo a correr.

A veces siento que soy un auténtico y completo desastre. Y no sólo lo pienso. Tengo la certeza absoluta de que soy un desastre monumental. De hecho, lo puedo afirmar de forma científica. Me ocurren las situaciones más inverosímiles, estúpidas y torpes, y comienzo a estar cansada.

A veces me siento prescindible y me entra el miedo. "Eres necesaria, pero no imprescindible", recuerdo que me dijeron una vez. Soy fácilmente reemplazable. Eso es de lo que me he dado cuenta. Es por eso que a veces me sorprende que alguien me diga que soy "especial" para esa persona. A veces alguien me dice que he influído en su vida, que mi sonrisa le animó en tal momento o que uno de aquellos abrazos significó algo. Eso también lo hago sin darme cuenta. Soy muy así. Soy un desastre, una completa contradicción, pero también soy de ese tipo de personas que regalan todo sin darse cuenta y que en ocasiones no regalan nada, pero lo que bien es cierto es que me cuelo en la vida de la gente con una facilidad pasmosa. Es por eso que a veces me entra el pánico y corro, corro lejos. Me da miedo y lo peor de todo es que no sé qué es lo que me asusta. Me da miedo echar raíces y que un día me las corten. Me da miedo que alguien me regale su cariño y por ese motivo, cuando me siento "querida" por alguien nuevo, huyo y rehuyo. Me pregunto el por qué se interesa por mí y desconfío. Me empeño en pensar que no tengo nada que ofrecer para que me quieran. No me valoro. Soy insegura. A veces peco de cobarde y me cuesta quedarme quieta en la vida de esas personas que me quieren. Pero he de reconocer que a pesar de todo sigo ahí. Nunca salgo de sus vidas por completo. Merodeo, me quedo cerca y estoy a una llamada, a un café, a una abrazo.
La gente que me conoce sabe que yo soy de todas partes, pero de ninguna. Lo aceptan, lo entienden, me siguen queriendo. Hay gente que no acepta que tenga que respirar de vez en cuando. Y para respirar hay que salir. Es como en las noches de fiesta, cuando te ahoga la aglomeración y el humo y sales fuera para respirar, para coger aire fresco y oír la música desde fuera. Lo reconozco: yo soy de las que ha de salir. Y correr, salir, respirar... me trae problemas en ocasiones. Quizás tenga que echar raíces y comenzar a quererme más a mí misma. Si me quiero más a mí misma puede que deje de replantearme el por qué la gente me quiere.

miércoles, 3 de junio de 2009

Soy lo malo de este cielo...

Tiemblo. Mi cuerpo quiere decirme algo y me cuesta interpretar exactamente qué es. Tiempo. Estoy cansada de ver pasar el tiempo ante mis ojos con una salud que me está empezando a traer de cabeza. El mes de mayo no me gusta. Lo odio a muerte. Y más si mi salud se resiente. Las migrañas son un factor importante para que todo dependa de los días con o sin dolor, para que viva enganchada a pastillas que me chupan la energía. Además los mareos, los nervios, los vómitos, los cigarros... ¡Nunca había fumado tanto! He dejado de comer, tengo un agujero en el estómago. ¡Cuántos almuerzos habré repartido caritativamente esta semana! Pero es que no me entra la comida, ni tan siquiera el café. He descubierto que el Redbull se puede volver contra tí las tardes-noches en la biblioteca y que el sol puede ser tu enemigo a muerte los mediodías infernales.
Pero el mes de mayo siempre tiene repercusiones en mi salud. El mes de mayo es mi enemigo mortal. Mayo lleva en el aire el olor a dolor, a despedidas, a soledad, a noches largas, a días demasiado cortos, a lágrimas saladas.Este mes de mayo me susurra al oído que he perdido todo, que ya no me queda nada. Este mayo me recuerda a otros mayos.
El mayo pasado fue lluvioso, frío. Cuántas noches perdí mi mirada en la lluvia a través de la ventana esperando una llamada que no llegaba demostrándome que vivía con esperanza en una relación sin futuro. Pasé un mayo de preparativos para la clavaría, uno de los momentos más importantes de aquel año y que suponía la despedida de todas aquellas personas, el inicio de una nueva vida que hoy estoy viviendo. Y todos aquellos preparativos carecieron de sentido. Viví sola aquel momento. Tanto fue que tuve que buscar desesperadamente a un vecino que me abrochara el vestido la tarde de aquel 24. Pero es que el mayo del año pasado era el principio del final. Aquel mayo viví los domingos en el hospital con el corazón encogido, con el alma entre las manos haciendo como que no era una niña asustada, como que no tenía miedo al futuro, como que la muerte no era una realidad. Pero los hospitales huelen a olvido, a desesperación, a almas que se apagan y que viven para siempre en corazones que nadie ve.
Y luego llegó junio asfixiante, gris, algo lluvioso. Junio fue igual a lágrimas, a despedidas tras 13 años de convivencia, a fotos, a sueños de futuro, a cenas en las que nos dábamos cuenta de que ya éramos más mayores. Nada ha vuelto a ser para nosotros lo mismo después de aquel junio. Pero junio también fue igual a soledad. Junio se me hizo cansado, pesado. La independencia para una adolescente puede resultar terrible cuando, día tras día, nadie espera en casa. Los silencios pueden doler, quemar. El frío se te puede clavar en el alma y la casa vacía se puede antojar un lugar hostil al que no te atreves a llamar hogar. Aún así salí adelante. ¡Cuántas lágrimas derramé en silencio! ¡Cuántas lágrimas que sólo vio aquel "protector"!
Ahora recuerdo lo mal que lo pasé y recuerdo aquel como el último verano a su lado. Creo que nunca ninguno de nosotros imaginamos que no sobreviviría al siguiente. Él quería luchar, a pesar de su extremada fragilidad. Él quería ver pasar el tiempo ante sus ojos. Pero no merece la pena volver a hablar de esto. Hace un año ya lo conté en una entrada como esta que me dio por releer. No me gusta que los recuerdos me invadan y odio que la nostalgia haga trinchera cuando me encuentro débil. No me gusta sentirme vulnerable.