miércoles, 3 de junio de 2009

Soy lo malo de este cielo...

Tiemblo. Mi cuerpo quiere decirme algo y me cuesta interpretar exactamente qué es. Tiempo. Estoy cansada de ver pasar el tiempo ante mis ojos con una salud que me está empezando a traer de cabeza. El mes de mayo no me gusta. Lo odio a muerte. Y más si mi salud se resiente. Las migrañas son un factor importante para que todo dependa de los días con o sin dolor, para que viva enganchada a pastillas que me chupan la energía. Además los mareos, los nervios, los vómitos, los cigarros... ¡Nunca había fumado tanto! He dejado de comer, tengo un agujero en el estómago. ¡Cuántos almuerzos habré repartido caritativamente esta semana! Pero es que no me entra la comida, ni tan siquiera el café. He descubierto que el Redbull se puede volver contra tí las tardes-noches en la biblioteca y que el sol puede ser tu enemigo a muerte los mediodías infernales.
Pero el mes de mayo siempre tiene repercusiones en mi salud. El mes de mayo es mi enemigo mortal. Mayo lleva en el aire el olor a dolor, a despedidas, a soledad, a noches largas, a días demasiado cortos, a lágrimas saladas.Este mes de mayo me susurra al oído que he perdido todo, que ya no me queda nada. Este mayo me recuerda a otros mayos.
El mayo pasado fue lluvioso, frío. Cuántas noches perdí mi mirada en la lluvia a través de la ventana esperando una llamada que no llegaba demostrándome que vivía con esperanza en una relación sin futuro. Pasé un mayo de preparativos para la clavaría, uno de los momentos más importantes de aquel año y que suponía la despedida de todas aquellas personas, el inicio de una nueva vida que hoy estoy viviendo. Y todos aquellos preparativos carecieron de sentido. Viví sola aquel momento. Tanto fue que tuve que buscar desesperadamente a un vecino que me abrochara el vestido la tarde de aquel 24. Pero es que el mayo del año pasado era el principio del final. Aquel mayo viví los domingos en el hospital con el corazón encogido, con el alma entre las manos haciendo como que no era una niña asustada, como que no tenía miedo al futuro, como que la muerte no era una realidad. Pero los hospitales huelen a olvido, a desesperación, a almas que se apagan y que viven para siempre en corazones que nadie ve.
Y luego llegó junio asfixiante, gris, algo lluvioso. Junio fue igual a lágrimas, a despedidas tras 13 años de convivencia, a fotos, a sueños de futuro, a cenas en las que nos dábamos cuenta de que ya éramos más mayores. Nada ha vuelto a ser para nosotros lo mismo después de aquel junio. Pero junio también fue igual a soledad. Junio se me hizo cansado, pesado. La independencia para una adolescente puede resultar terrible cuando, día tras día, nadie espera en casa. Los silencios pueden doler, quemar. El frío se te puede clavar en el alma y la casa vacía se puede antojar un lugar hostil al que no te atreves a llamar hogar. Aún así salí adelante. ¡Cuántas lágrimas derramé en silencio! ¡Cuántas lágrimas que sólo vio aquel "protector"!
Ahora recuerdo lo mal que lo pasé y recuerdo aquel como el último verano a su lado. Creo que nunca ninguno de nosotros imaginamos que no sobreviviría al siguiente. Él quería luchar, a pesar de su extremada fragilidad. Él quería ver pasar el tiempo ante sus ojos. Pero no merece la pena volver a hablar de esto. Hace un año ya lo conté en una entrada como esta que me dio por releer. No me gusta que los recuerdos me invadan y odio que la nostalgia haga trinchera cuando me encuentro débil. No me gusta sentirme vulnerable.

1 comentario:

Nagash dijo...

Tampoco le tengo aprecio al mes de mayo, aunque mis razones no tienen tanto peso como las tuyas...
Aun hay espinas clavadas?
Un abrazo!

PD: me llegó tu relato al correo, no lo he leído antes porque tenía un examen que me tenía subiendome por las paredes, cuando lo lea te doy mi opinión;)